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Llevaba poco menos de una hora paseando con mi
perro. El paisaje de suaves colinas era muy agradable y el día estaba en su
máximo esplendor. Me llamó la atención uno de los cerros que era notablemente
más escarpado que los de alrededor, con un discreto pero tupido bosque de
robles de gran altura en su parte baja y un pequeño sendero sinuoso que se
adentraba en él. Una ráfaga de viento tibio turbó la tranquilidad del bosque,
que se estremeció, como suspirando. El perro comenzó a actuar de manera
extraña, caminando en círculos con la cabeza gacha y gimiendo. Sin lograr
tranquilizarlo lo amarré a uno de los postes del cerco que bordeaba el camino. El cerro despertaba mi curiosidad, era demasiado el contraste que producía con todo lo que había alrededor. Me dirigí hacia él. La quietud era impresionante,
ningún ruido perturbaba el silencioso ambiente. Me crucé en el camino con algo que se dirigía al pueblo en sentido contrario. Iba a paso rápido y estuvo
cerca de atropellarme. Su aspecto era de lo más extravagante, parecía un
espectro con su ropa de colores oscuros pero brillantes. Me fue imposible verle
la cara pues una especie de capuchón azul le cubría la cabeza. Esto, aunque me puso un poco nervioso, aumentó mi curiosidad. Ya dentro del bosque, llegué a un claro en cuyo centro había una piedra
ensangrentada con forma octogonal. En ese momento me detuve, no por voluntad
propia, algo estaba tomando posesión de cada músculo de mi cuerpo, solo podía
mover los ojos. Sin quererlo me pare sobre la piedra y mis ojos vieron cómo
ocho de los espectros, como el que había visto antes, se acercaban cerrando el
circulo que formaban alrededor mío. Vi capuchones azules, ropas que
brillaban, las caras de los espectros...dejé de ver...
Guillermo Agustín Vial Undurraga IVºC
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