Un cuerpo ensangrentado y carente de vida adornaba el suelo del departamento. El cuchillo rojizo entre las manos de un sollozante hombre de rodillas junto al cadáver daba a entender lo sucedido sin necesitar palabra alguna. Cuando la policía entró en la habitación, la libertad del sospechoso dio un grito de desesperación sin sonido ni letras, y la euforia inundó por completo sus ojos. De inmediato, sujetaron al portador del arma y aprisionaron sus muñecas entre frías y gélidas esposas. Los llantos impedían cualquier intento de articular palabra, mas la mirada indicaba un trozo de papel extendido y manchado que reposaba en el pecho del muerto. Un delantal blanco corrió a investigar la pista. Una carta. Un testimonio del recién asesinado, cuyas palabras, algo tapadas con sangre, gritaban el último mensaje del fallecido. Queridos hermanos, amigos, familia. Querida Mónica: Después de que infinidades de planes macabros recorrieran mi mente con el fin de alejar a Ricardo ...
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