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Malditas pastillas

Malditas pastillas
Estos desgraciados me retienen contra mi voluntad. No puedo pestañear sin que llegue uno de estos intrusos  a preguntarme:
-¿Se encuentra bien don Gumersindo? O ¿Está seguro que desea pararse a caminar?,  le podrían doler las piernas, recuerde que padece artrosis…
Pamplinas, no lo voy a saber yo que soy el que siente el dolor, además si me pongo de pie es porque no quiero estar sentado, aunque sea para quedarme en el mismo lugar. Me hacen parecer un inválido ¡qué no lo soy! No sé porque se esfuerzan en tratarme como si estuviera hecho un mamarracho, seré viejo pero todavía conservo esa frescura de los jóvenes.
-Que artrosis ni que huevada.-le contesté. Y el pelmazo me miraba con su rosado rostro como con cara de niño tímido, esos que ante una situación de presión ríen cabizbajos sin saber qué hacer.
             Así, en el asilo las mañanas eran todas iguales. Me despertaba  la atractiva enfermera y yo, medio atontado por el festín de pastillas de la noche anterior, le daba los buenos días, a lo que ella respondía con su dulce voz. Al instante me colocaba la banda para medir la presión en el brazo, el termómetro en la axila y anotaba cosas en una planilla. Luego llegaba el doctor Ramírez, pelotudo más grande en mi vida  no había conocido. Era de baja estatura,  cara delgada, nariz y boca grandes, y de anteojos que sobresalían de una fea y larga chasquilla. Su voz era gangosa y un tanto aguda. Por lo tanto comprenderán que  verlo cada mañana hablando en términos médicos que en mi vida había escuchado, me hacía  sentir unas ganas incontenibles de meterle un palo por el culo; tal cual uno lo hacía con los  “coliguachos”, esos bichos del Sur, para que dejaran de molestar.
Con la llegada del doctor me llevaban  en silla de ruedas a una sala que no sabía muy bien donde quedaba debido a mi deficiente vista en la mañana, pero por el poco tiempo que demorábamos intuía que quedaba a unos 30 metros de la mía. Yo llamaba a esa pieza  la “sala de chequeo”. Ahí me acostaban en una camilla y  conectaban varios “cables”, que daban información a unas  pantallas repartidas por la pieza; en la pared había un ventanal que daba a una pieza contigua donde había más monitores incluso más grandes y más gente tomando nota, les puedo contar todo esto debido a que poco a poco iba recuperando la vista ¿A qué se debía esta recuperación progresiva de la visión? No lo sé, pero estoy seguro que debía ser un efecto secundario de los medicamentos. Eso sí, No crean que  soy como una rata de laboratorio, todo este asunto de la “sala de chequeo” me extrañaba y por supuesto que preguntaba, pero la respuesta siempre era la misma:
-Tranquilícese don Gumersindo es solo un control de rutina, su delicado  estado de salud nos obliga a tomar más precauciones que a los demás pacientes.- y me embutían varias pastillas.
No sé de qué delicadez me hablan estos buenos para nada…
Ya en la tarde, junto con los demás vejetes, acostumbrábamos a tomar un té acompañado de unas crujientes marraquetas con mantequilla; todo combinado con un festín de remedios entre los que se contaban unos azules, amarillos, blancos, grandes, chicos y más que no recuerdo. Después del té, nos obligaban a reunirnos en el salón a jugar lotería. Por dios que aburrimiento, yo no estaba para esas cosas. Casi siempre alcanzaba a escabullirme y me iba a conversar con don Gervasio, hombre con más historias que neuronas; este viejo  de incontables años debido a sus delicados pulmones  y casi nula vista, rara  vez salía de su pieza. Allí me relataba las aventuras de sus años mozos, que siempre terminaban con él emborrachado despertando en algún remoto y extraño lugar… En fin su poco seso no le quitaba la gran simpatía, aunque me extrañaba que nunca preguntase por mi pasado, solo hablaba de él.

Al parecer tanta diversión en su juventud le pasó la cuenta y una mañana en que comenzaba la monótona rutina de la revisión en la sala de chequeo, sentí una actividad inusual en la sala contigua, la de las pantallas y varias personas tomando nota, me incorporé y vi que los médicos salían a toda prisa de la sala.
-¿Qué pasa?-pregunté
-Es  don Gervasio, al parecer no se encuentra bien.-contestó despreocupada la atractiva enfermera.-Abra su boquita don Gumersindo aquí van las pastillitas de la mañana.
- Tanta pastillita como le dice usted, lo único que logra es matarme de a poco.-dije malhumorado tomando el recipiente que contenía los medicamentos.
-¡Enfermera! ¡Enfermera!- irrumpió en la habitación gritando histéricamente una de las cuidadoras.- el doctor Ramírez la solicita en la habitación de don Gervasio
-Voy, lleve  a don Gumersindo a su pieza.-contestó mientras corría hacia donde era solicitada.
-¿Cómo se encuentra don Gervasio?-pregunté  intrigado
-El doctor me ha dicho que no diga nada.-contestó cortantemente
Que vieja más fea y antipática, seguro era soltera.
Ya en mi pieza y cuando la amargada cuidadora me dejo solo, me dirigí al baño, levanté la tapa del wáter y arrojé las malditas pastillas que la atractiva enfermera me había dado.
En la tarde los doctores y enfermeras seguían ocupados con don Gervasio, así que nuevamente cuando llego una inexperta enfermera  a darme mis pastillas, logré distraerla y guardármelas en  mis bolsillos. Cuando nos disponíamos a retirarnos al salón, le hable de lo cansado que estaba y que por favor me llevara a mi habitación. Ya en mi pieza entré al baño y repetí  lo mismo de la mañana con los medicamentos. Sin las malditas pastillas me sentía con más energía, más joven.  Pero  al rato me sentí verdaderamente cansado y toqué el timbre de emergencia. La  misma inexperta mujer acudió a toda prisa,  le pedí acostarme de inmediato. A lo que ella respondió que eso no era posible debido a que se los horarios estaban organizados. Pobre mujer. Lo que le grité no puedo repetir, pero no creo que se le vaya a olvidar. Ante mi agresividad, asustada respondió  que iría  a buscar a  la enfermera encargada. Me quedé solo, sentado en la  cama, confundido, con sueño, mucho sueño…
Desperté a la mañana siguiente, acostado en la cama, pero… distinto. Todo se sentía extraño, no sentía el efecto somnífero de las pastillas, veía diferente, me movía diferente, escuchaba diferente. Me levanté  ágilmente de la cama y me dirigí al baño a una increíble velocidad para mis años, pero el espejo mostraba otra cosa…
Era yo sin duda, pero no. No era posible. ¡No! ¡No! ¿Qué es esto, una clase de brujería?
Los remedios, debí haberlos tomado. Me estoy volviendo loco, por favor no dejen que pierda la cordura es lo único bueno que me queda, por favor si hay alguien ahí, ¡enfermera!…
Desperté sobresaltado en el  frío suelo del baño, me incorporé y me miré en el espejo, nuevamente era  joven. Comencé a llorar, las húmedas y frías lágrimas recorrían mi cuerpo lentamente como queriendo burlarse  de mí. Solo debía tomarlas y no lo hice, no puede ser tan grave; pensé secándome los ojos.
Decidí, pensándolo fríamente, que lo mejor era acostarse y en la mañana hablar con el doctor Ramírez, sí ,él debía tener la solución; seguramente aumentaría un poco la dosis y listo, problema solucionado…
Pero, no solamente me veía joven  sino que me sentía como un adolescente lleno de energía y absolutamente sano…algo no andaba bien. Esas pastillas que me daban, nunca me decían para qué eran. Cuando me contestaban, “es solo un control de rutina”, en la sala de chequeos, ¿qué significaba eso?  Además yo nunca he tenido artrosis, soy muy joven para eso y a mis 22 años he sido un hombre saludable. Miré rápidamente a mí alrededor  buscando respuesta  y  enmarcado en la puerta leí: Gumersindo Flores.  Ese no es mi nombre, reí por un momento, no tengo 90 años  ¿Qué carajo era todo esto, porque estaba en un asilo entonces? Remotos recuerdos comenzaban a invadir mi dañada memoria.
La deficiente vista, los malestares al moverse, los excesivos cuidados… ¿eran falsos?
Mi vejez, era falsa.
¿Dónde me encontraba entonces, que pretendían hacer conmigo?

Miré por la ventana, un pequeño pájaro cantaba en la fea fuente del jardín. Detestaba esa fuente, ya era hora de no verla más. Abrí la puerta y me fuí…

Benjamín Herreros 

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