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Autopista a Valparaíso


Puerto de Valparaíso, Chile

Costanera Norte. Las luces se forman en hilera y se lanzan a correr por la ventana.
Autopista. El furor de las luces da paso a las líneas blancas. Las saetas blancas.
¿En qué momento aparecerán los obstinados carteles señalando obstinadamente un obstinado "Los Vilos"?
Viña del Mar-Valparaíso-Aeropuerto. El mapa comienza a calzar líneas en mi cabeza.
Los containers nos miran aburridos mientras tomamos el desvío. Un caballo. Paradero... ¿paradero? Así parece, un paradero de Transantiago. Dios sabe.
McDonalds, siempre uno de ésos. La verdad, muchas veces el capitalismo imperialista ofrece la mejor alternativa para una rápida comida al borde del camino. No veo un McChávez ni un McEvo...
Esto ya es demasiado, Espacio Broadway. Es ridículo... bueno, si son teatros, tal vez no tanto. Al fin y al cabo, en Broadway están los más famosos.

El peaje se cierne imponente sobre nosotros. Se escucha el tintineo de monedas en la parte delantera del bus, indiferentes ante su nuevo amo.
Tortas de ripio. Por artificiales que sean, nunca dejan de dar un toque de majestuosidad al paisaje.
Otro túnel ensancha ávido su boca y ya vienen otra vez las luces, estáticas al final de la línea, acelerando al avanzar.
Saetas blancas.

Las curvas del camino bailan al compás de la Cordillera de la Costa.
Los músculos del cerro se suavizan bajo un vellocino de matorrales.
El cerro es un gigante dormido boca abajo.
Unos galpones en ruinas se han sacado ya el sombrero ante las inclemencias del tiempo. Una casucha de guardia desafía todavía al eterno verdugo.
El tiempo.
Llega a ser sobrecogedora la idea. En algún momento este camino no fue más que agua ¡Qué efímero es el producto del capricho tectónico!

Llegamos a otro peaje. Reitero mi decisión: jamás voy a trabajar en un peaje.
Más containers yacen en un agobiante letargo.
Pasamos bajo una pasarela. Me trae recuerdos de un accidente fatal... o tal vez no fue un accidente. En fin, nunca lo sabremos con certeza.
El que pareciera ser el último muro de la cordillera se alza al fondo del cuadro, hendido por la carretera.
Los oscuros flancos del cerro nos impiden la vista detrás de la curva.

Me equivocaba rotundamente.
Más cerro tras el último cerro.
Bruma. Inesperadamente el paisaje se ha cubierto de una espesa bruma. Los mismos cerros que se erguían secos y sedientos al sol, parecen ahora selva.
La vegetación se torna más espesa, las casas más frecuentes y la pendiente más pronunciada.

Estamos en Valparaíso.

Felipe Cousiño

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