Pasaron así varias horas, las miradas expectantes, fijas, ora en la línea muerta del cardiograma, ora en su semblante plácido. Cada minuto se llevaba un jirón de esperanza, hasta que fue evidente. La línea se agitó una vez. Dos. Tres. Cuatro. El cardiograma estaba galopando.
Alonso Quijano despertó sobresaltado, encontrando sus ojos lúcidos con las miradas de amarga decepción de médicos, familiares, literatos, periodistas y admiradores.
Don Quijote había muerto.
Felipe Cousiño
Comentarios
Publicar un comentario