Finalmente todo cobró sentido, Rodríguez era el asesino, luego de días y días de interrogaciones y torturas confesó, él mató al presidente. Ahora, desde mi cómoda posición detrás del vidrio de la sala de ejecuciones, lo veía ahí sentado, su actitud era profundamente desafiante y casi triunfante, parecía que la silla eléctrica más que ser su patíbulo, era su trono real.
Los operarios accionaron las palancas, la electricidad comenzó a seguir su fatídico camino... Rodríguez sonrió y con voz calmada dijo: "¿Creen que fui yo?" Miró a cada uno de nosotros lenta, fijamente y luego soltó una tétrica risa. Me estremecí y sentí que todo su desprecio se vertía sobre mi tal cómo un balde de agua fría, nos despreciaba a nosotros, al sistema, a nuestra soberbia de creer tener facultad de juzgarlo y al mundo entero.
Creí ver una multitud -¿legión?- en su interior, un brillo maligno es sus ojos y seres ancestrales revoloteando en los estanques de su faz. Fijó su multifacética mirada sobre mi, sentí el odio de millares de hombres, no podía ver nada más, intenté apartar mi vista, no pude. Maquinalmente aferré la pistola de seguridad, quise evitarlo, no pude...desde lejos, como bajo el agua, escuché una detonación.
Agustín Izquierdo Hübner
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