Me
atrevo a sostener que el hombre es la única creatura que hace arte. Quizás me
estoy aventurando demasiado, al ser el arte un concepto tan amplio. O quizás
esté afirmando una obviedad, incluso una tautología ya que el hombre podría ser
definido como el “animal artista”. En cualquier caso, mantengo mi afirmación.
El
arte es por definición un proceso de creación, o a lo menos de hacer algo nuevo
a partir de lo preexistente. Me gusta más esta última definición ya que el
único verdadero artista bajo la primera concepción es Dios, el hombre es un
mero hacedor ¡y aun así nos creemos gran cosa! Este “hacer algo” supone una transformación,
un cambio en la materia. Debe tratarse asimismo de una transformación positiva,
de lograr una excelencia que no tuviera el elemento original (no me atrevo a
decir que deba ser mejor que el objeto anterior ya que es difícil competir con
El Artista).
La
pregunta ahora es ¿por qué hacemos arte? Una primera explicación que se me
ocurre es porque el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de su Creador,
por lo tanto heredamos de Él el arte. Es una de las actividades más altas a las
que podemos aspirar y de los grandes dones que nos fue entregado. Esta primera
explicación probablemente causaría arcadas a los impíos románticos ingleses por
su carácter teológico. Pero no es menos cierto que coincidirían conmigo en que
el arte es una de las actividades más dignificantes a las que nos podemos
dedicar: por eso vale la pena consagrar toda una vida a ella.
En
segundo lugar puede ser que el hombre haga arte porque tiende a lo bello.
Cuando hablo de bello probablemente Kafka me miraría arqueando las cejas, pero
él debe estar pensando en lo “bonito”. Si se me pide que defina lo bello no
tengo ni la más mínima idea de cómo hacerlo, sé qué es, pero no sé definirlo.
No es que yo sea demasiado obtuso para hacerlo, es más, ha sido uno de los
grandes problemas filosóficos el hallar su definición. No diré, como cierto
alemán, que se trata de una “finalidad sin fin”, sostendré simplemente que es
una finalidad cuyo fin ignoro. Pero volviendo al punto, el arte es bello y es
por ello que el hombre tendería a ella.
Una tercera
respuesta que se me viene a la cabeza es que existe una pugna entre el autor y la realidad, ora
porque esta no es como debiera ser, ora porque esta esconde su verdadero ser,
mostrándose sólo bajo accidentes. Ambas
tienen enfoques opuestos con respecto a la actitud del artista. En el primer
caso, la actitud es centrífuga, el autor huye para crear su realidad a partir de
elementos que le han dado. La segunda disposición es, en contraposición, centrípeta,
el autor indaga y se sumerge en la realidad para descubrirla. A pesar de lo
anterior, me parece que, paradójicamente, en una buena obra coexisten ambos factores.
He aquí donde descubrí las fases en las que se produce el arte. En una primera
instancia el autor contempla la realidad, observa y se admira. Esta es la etapa
del hombre y la que nos diferencia de las bestias. En segundo lugar este hombre
procesa, ordena e intelige lo que ha captado. Esta es la etapa del filósofo,
propia del ser racional. Finalmente este filósofo debe exteriorizar y plasmar su
pensamiento. Se trata probablemente de una de las etapas más complicadas y
sublimes a la que podemos llegar: la del artista, la del “pequeño dios” de
Huidobro.
Desconozco
cuál de las respuestas es más acertada y creo que finalmente todas hablan de lo
mismo. En conclusión, el hombre es un artista porque en su naturaleza está
impreso el acercarse a lo bello y, de un modo causal y consecuente a la vez, a
Dios. Para imitarlo no podemos crear, sino sólo recrear el mundo, a partir de
lo que nos ha sido dado, pasando la realidad por nuestro ser y dándole una
forma exterior. He aquí el fin del arte, he aquí la excelencia del hombre.
Domingo Valdés
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