Erase una vez -para ser más precisos, un día antes del invierno- un oso que lo era. Parado justo en el linde de su madriguera de oso -junto a sus árboles de oso- vio pasar a una bandada de patos-que-lo-eran camino al sur. Tocó su brazo una alegre hoja-que-lo-era, vestida de amarillo, que risueña le dijo:
-Llega el invierno Señor Oso. De última me toca caer este año, y ya siento el silencio en el aire. No nos veremos en una temporada. Llega el invierno Señor Oso.
El oso-que-lo-era, tiernamente le agradeció el gesto, y siguió caminando en dirección al Gran Claro.
Cuando pasaba por al frente de la Laguna Blanca, vio un ciervo-que-lo-era, el cual se quedó fijamente mirándolo. Sintió, el oso-que-lo-era, una paz silenciosa en el aire.
-Llega el invierno para un oso -se dijo, aferrando la mirada al ciervo-, no hay tiempo para quedarse a mirar, el oso se tiene que ir a acostar.
Y sin siquiera tomar un respiro, volvió al camino que lleva al Gran Claro.
Miró al cielo, a las nubes que jugaban en lo alto. Todas se habían puesto grises, y amenazaban con cubrir el cielo por completo. El oso-que-lo-era, sabía que para el día siguiente estaría lloviendo en, y no podría salir a jugar.
-Solo me queda irme a acostar -exclamó-, ya no es tiempo de caminar. Una vez que llegó al gran claro, vio a todos prepararse para el invierno. Las ardillas-que-lo-eran, con sus peludas colas, se refugiaban en un viejo roble-que-lo-era ahuecado, con sus bellotas y semillas ya escondidas.
Pero entonces, el oso-que-lo-era se preguntó:
-Todos los animales, guardados ya, roncan. Es tiempo de que el oso se vaya a acostar. Pero, ¿Qué pasa si no quiero dormir todavía? ¿Acaso no puedo caminar en invierno? ¿Acaso no puedo jugar en invierno? ¿Acaso no puedo salir a trotar?
Cayó la noche en el bosque. Todos los animales dormían, menos uno. Junto con las primeras gotas de lluvia, llegó el invierno, y el oso-que-lo-fue seguía vagando por entre los árboles. Después de un rato, notó que su pelaje estaba empapado, por lo que buscó por refugio bajo un árbol.
Cuando llegó la mañana, la lluvia cesó.
Al mirar a su al rededor, se encontró en los lindes del bosque , muy lejos de la Laguna Blanca, más lejos del Gran Claro, y aún más lejos de su madriguera. Entonces, el oso-que-lo-fue, se dijo despacio:
-Todos los animales en el bosque, duermen,ya no es lugar para mí que estoy despierto
Y paso por paso partió hacia el prado.
Paso por una laguna, paso por un río, paso por cientos de bosques diferentes del suyo. Hasta que por fin llegó a un bosque que parecía indicado para jugar, y decidió adentrarse a explorar. Caminó por horas entre los árboles, pues parecía no haber ningún camino claro.
Al llegar la noche, se acurrucó bajo un árbol cualquiera, y mirando al cielo, se quedó muy quieto. Pasaron las horas, hasta que el Sol cambió de posiciones con la Luna, pero el oso-que-lo-fue no se movió de su lugar.
La Luna y el Sol subieron y bajaron varias veces mientras el oso-que-lo.-fue estuvo ahí, y le parecía que le tiempo corría de manera extraña en ese bosque.
-Los días pasan antes de que alcance a darme cuenta -se dijo-, de un momento a otro, ya es de noche.
Se paró y comenzó a caminar por el bosque otra vez, hasta que llegó a una pequeña laguna entre los árboles. Al otro lado de la laguna había un ciervo-que-lo-fue, que miraba fijamente el agua. El oso-que-lo-fue lo llamó varias veces, pero el ciervo-que-lo-fue no levantó la cabeza, solo respondió con voz apagada:
No se qué buscas, pero no creo que pueda ayudarte, pues yo también estoy perdido.
El oso-que-lo-fue se sintió un poco asustado por la respuesta y, sin quedarse más tiempo, siguió caminando por el bosque.
Unas horas más tarde, mientras pasaba bajo un gran árbol, notó que una hoja caía desde lo alto, aunque no fue capaz de ver de donde salía la rama que la soltó.
-Siempre me toca caer, Señor -le dijo la hoja mientras pasaba junto al oso-, siempre estoy cayendo.
El oso-que-lo-fue se quedó pensativo por un momento, y luego exclamó:
-¿Hacia dónde me dirigía? ¿Hacia donde ha de ir alguien como yo?
Caminó entonces una vez más. En medio de un claro encontró dos ardillas-que-lo-fueron, con sus livianas colas. Cada una miraba a una dirección diferente y, estando muy quietas, ninguna le hablaba a la otra.
-Curioso es el bosque -dijo el oso-que-lo-fue-, y curiosos son los animales que hay en él. Es como si cada uno tuviese perdida su vista en las sombras de otro bosque, como si cada uno tuviera recuerdos que no logra recordar. Curioso es el bosque para mí. Pero solo soy un oso perdido, creo.
Entonces, el oso-que-lo-fue siguió caminando, en pleno invierno.
Vicente Alessandri.
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