A una vuelta de cara se presentan soberanas, su aire de realeza las reviste de la más profunda paz. Sus coloridos uniformes desteñidos se muestran imperecederos ante un mar de contrariedades. De número máximamente simplificado, siete botellas defienden el reino con su vida y algo más, lo que a los ojos humanos no es mucho decir. Perdidas en un triste y desolado anonimato, se difunden en la no poca luz que inunda la pieza, tirando así, arbitrariamente, la vista de cada espectador hacia las salidas a alta mar, desbordándose como la marea que se lleva todo lo que a su paso se tiende, para esconderlo allá donde lo humano no es más que mito. De esta misma manera, cada hombre que tal pieza se dignó a visita, dejó su afán cuestionador en la recepción, para entregarse a la divina voluntad de esta luz que te lleva por entre los caballos y los pájaros hasta las dos ventanas del fondo. Pero nunca hay quien repare en notar la última entrada a un reino perdido, un reino amenazado por nadie, y a tan solo una eternidad de caer en la nada. En resumen, un imperio en decandencia. Este triste (y en la práctica inexistente, pues, ¿Qué es una entrada sino por donde la gente entra?) pórtico, se encuentra soberanamente defendido por un heptagonal ejército de botellas reales, que consagran su vida a un reino tan decadente como majestuoso, y bajo estos ideales conforman su eterno ejercicio. Quizás basta decir que su imagen es lastimeramente impotente, un honor una y mil veces mofado, del cual no puedo sentir más que respeto. Resguardado por la guardia real, descansa un mundo que todos los días sueño con conocer, pero que mi mermado tiempo humano jamás terminará de colmar. Como la guinda que adorna torta que se perdió en lo profundo del mar, se alzan inmutables hasta el día de hoy esas siete torres, que me recuerdan un mundo tan inmenso, que nos hemos dignado a limitar a un par de cuadros.
Alza su barbilla fiel soldado, que Dios no te vea flaquear, que el honor de estas tierras se vea reflejado hasta en el último de sus dichosos hijos, y solo entonces este rey podrá descansar.
Vicente Alessandri.
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