El excesivo resplandor de los focos blancos del techo me impedían mirar al doctor con cara decente, él que estaba frente a mi era un hombre vestido completamente de blanco que me hablaba en unos términos humanamente incomprensibles, me parecía que si aún me hubiera dignado a poner atención a sus palabras no habría logrado dilucidar nada de cuánta charlatanería médica me comentaba.
- Onomeyotrosis frustrada de Lonsofitos vituperados- Decía en un tono neutro como el puto blanco de su delantal.
En mi cabeza aquellas palabras penetraron como cuchillos. Fuese lo que fuese me olía a enfermedad y todo lo que fuera enfermedad significaría más médicos que me obligarían a ingerir remedios y a un ir y venir de exámenes, pasando todo el día en una funesta cárcel blanca ensartado hasta los huevos por decenas de agujas colocadas por enfermeras bruscas y gordinflonas. Me parecía que sentía a la fría aguja pinchándome por el culo y que veía frente a mi a un tanque vestido de blanco dispuesto a atacarme con cuanta jeringa tuviese al alcance. No, no toleraría eso de nuevo.
El médico como buen viejo arrogante continuo hablándome en unos términos que ya ni siquiera un filósofo hubiese logrado comprender pero a esas alturas me daba lo mismo, decidí dejar la camilla y ponerme de pie para marcharme, pero en el momento en el que me dispuse a erguirme un tirón me cogió la espalda y caí con violencia sobre el frío piso blanco que se pegó en mi mejilla. Intente pararme ignorando la estupidez cometida pero las piernas no respondían, ya no recordaba como había llegado a aquella tétrica cárcel blanca ni por que me sentía como un estropajo, parecía como sí hubiese envejecido sesenta o setenta años sin saber por qué, debía recobrar la conciencia y me dispuse a hacerlo pero mi memoria voló en mis recuerdos y le robó la concentración a mi inteligencia, creo que la voz del doctor aún resonaba en mi cabeza aunque no entendía ya un carajo.
Ahí estaba otra vez sentado en aquellas mesa ceremonial gigante de la sala de reuniones, sentado junto a un conjunto de farsantes y arrogantes señores vestidos con finos trajes que observaban con mirada sería, todos caballeros que lo único que sabían hacer era escupir plata hasta por los calcetines. Bueno que le iba a hacer supongo que las acciones habían bajado y la empresa tendría problemas con los inversionistas, cosa que se debería a una brusca reforma del gobierno para como solían jodernos los cojones. Para variar , un hombre de negro hasta en las orejas comenzaba a exponer la situación de suyo obvia y que todos los señores conocíamos pero que debíamos escuchar de su voz que era tan farsante como su traje prestado. Ya sin pensarlo saque de mi bolsillo mi objeto de salvación y le tiré la cuerda para adelantar el tiempo, entonces no recuerdo nada.
La cerámica de la cárcel blanca seguía tan fría como lo era todo el mundo en una clínica. Por alguna razón una profunda amargura se había apoderado de mi sonrisa, el mundo se me desplomaba a pedazos al tiempo al que ya a nada le sentía el sabor y un enigma peor que cualquier amargura me invadía de la cabeza hacia los pies, me sentía terrible y no encontraba justificación alguna para albergar tal sentimiento, era un enfermo sin diagnostico. Tal vez algo me había pasado antes de recorrer este camino pero mi frágil memoria me fallaba en la recopilación de mis recuerdos. Tal vez era algo que ver con ella. No, ella no era así siempre suave como una mañana de verano, recuerdo la sonrisa que ponía cada domingo en el que me despertaba con el desayuno, el mismo que me dio después que le propuse matrimonio. Fue en el parque Wingston junto a la fuente de la fortuna recuerdo que me pidió una moneda para arrojarla a la fuente y yo que me sentía inseguro sobre la forma en que debía proponerle matrimonio siempre por las dudas portaba el anillo en el bolsillo. Simplemente le pase una moneda con forma de anillo con la intención de que se percatara de que le estaba proponiendo matrimonio, pero ella como buena mujer despistada que era arrojó el anillo a la fuente como sí fuera una moneda común.
Lo siguiente se me borro de la memoria solo recuerdo que para variar cogí mi objeto y tire la cuerda para adelantar el tiempo. Sabía que estaba en uno de los mejores días de mi vida y por alguna razón decidí adelantarlo, es que me daba una lata astronómica poner buena cara y simular que podía disfrutar de un momento al cual no le encontraba sentido alguno, yo solo quería que pasara rápido para tener una mujer de señora y ahorrarme todo tipo de procesos imbéciles.
De hecho fue así como transcurrió el camino de mi vida saltándome a cada rato esas situaciones inútiles, con gente inútil y de suyo inferior y con las que para variar había que poner una sonrisa tan falsa como el traje del exposotor de la reunión de negocios. Era una convicción que forje hace tiempo; la de saltarme los pormenores y platos pequeños para simplemente presentarme en los platos fuertes. Me había convertido en un viejo más amargado que chocolate negro solo que yo ya ni tenía sabor alguno y todo era por aquel objeto redondo que tenía una cuerda para adelantar el tiempo.
El individuo de blanco se parecía a sobremanera a aquel ángel. Yo me dirigía en mis caminatas pensando de la vida y enrabiado por tales y cuales problemas y al pasar bajo la sombra de un álamo en la foresta de un bosque me encontré con un individuo blanco color nieve frente a mí, con mirada soledad que traía una pelota de oro en la mano. El hombre-blanco procedió a pasármela y me afirmo que sí tiraba de su cordel podría adelantar el tiempo y ahorrarme cuanta cojonería de problemas y trámites que hubiera que hacer en mi vida. Sí, aquel hombre que vestía de blanco frente a mi no era un médico arrogante como pensaba, aquel era el mismísimo ángel que me había ofrecido tan renombrado objeto de salvación y yo, hombre ingenuo y soberbio lo había aceptado y había perdido mi vida viviendo como como un perro desnudo de sí.
Me seguía sintiendo débil y cansado pero hice el esfuerzo para pronunciar unas débiles palabras al oído del ángel. Tan pronto como hubo escuchado, mi hijo apareció a la puerta y de nuevo con un esfuerzo atómico logre sacar de mi boca unas palabras difuminadas con respiraciones para decirle.
- Aproveche su vida mijito.
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