Resoplé y froté entre sí mis manos enguantadas en unos
sucios harapos. ¡Dios santo! ¡Que frío hacía! Tomé mi carrito de supermercado y
me dispuse a acercarme al basurero de lata dentro del cual ardía un exiguo
fuego.
Se estaban calentando allí un negro al que nunca había
visto y el Canoso. El Canoso estaba, como siempre, dando su cháchara y ni se
inmutó ante mi presencia. El negro, en cambio, se volteó a mirarme y me saludó
con un gesto de cabeza. Se lo devolví
porque se veía como un buen hombre. Acerqué mi carrito un poco más, me
quité los guantes mojados y extendí las manos para acercarlas al fuego.
Estornudé. Acto seguido me limpié la saliva que me había caído en la barba con
la manga de la chaqueta y me dispuse a oír al Cabeza Blanca.
-…El libro de mi vida parece
ya estar escrito –decía el viejo teatralmente, mirando al negro por entre los
pliegues del inmundo amasijo de ropa que llevaba atado a la cabeza a modo de
pasamontañas- El hombre no tiene posibilidad alguna de redención o
trascendencia porque está todo ya determinado de antemano.
- Pero no te parece que… -empezó
a contraargumentar el negro, sin que el anciano lo dejara terminar.
- Mira, mira, mira. –
prosiguió el Cabeza Blanca mientras sorbía sonoramente un moco que comenzaba a asomársele
por la nariz- Si hay un primer motor inmóvil que existe fuera del tiempo como
lo establece toda la teología cristiana, visión que espero compartas en mayor o
menor medida, quiere decir que el tiempo no abarca todo ente. En consecuencia, el tiempo es una
limitante y por lo tanto una dimensión creada. El tiempo debe seguir así una
línea inmutable, por lo cual tu posibilidad de libre albedrío no es más que una
ilusión.
- A menos que adhieras a la
teoría de la ramificación temporal y de diversas realidades posibles que
coexistan–argumenté mientras sacaba la naranja, que sería mi cena, del agujereado
bolsillo de mi chaqueta.
- No me vengas con física
cuántica, ¡la desprecio! –el viejo escupió al suelo- ¡Intenta ser filosofía y no
lo es! ¡También intenta ser física y se basa en axiomas que no se ciñen de modo
necesario al mundo natural!
- Y aun así es más correcta
que tu filosofía existencialista – dijo el negro con un tono burlón antes de
comenzar a reír.
Entonces
el vejete perdió el control y se abalanzó sobre el negro, ambos, entre golpes e
insultos, rodaron por el suelo.
En
el ardor de la campal batalla, el negro, tratando de hacerse de un arma, me
arrancó la naranja de las manos y se la reventó en la cara al viejo que desdeñaba
la filosofía de Einstein. Yo, ante el hecho de haber perdido mi comida de la
tarde y por simpatizar en cierta medida con el existencialismo, también comencé
a golpear al negro, pateándolo mientras estaba en el suelo.
Ante
todo el alboroto que estábamos armando los tres, se acercó un hombre muy bien
vestido a detener la riña. Supuse que era dentista. En primer lugar por la bata
blanca que se asomaba tímidamente bajo su voluminoso abrigo; y en segundo lugar
ya que miró con horror los dientes podridos del viejo y la boca del negro que
sangraba producto de los golpes recibidos. Tras separamos nos preguntó por qué
peleábamos.
-
Verá usted, este caballero – empezó el negro
tratando de modular lo más posible con su boca hinchada mientras señalaba al
viejo – partió hablando de lo católico como…
-
Ahh, ya veo, es cosa de equipos de fútbol.-
dijo el dentista mirando con condescendencia- En todo caso sepa usted que yo
también soy de la Católica, pero no hay de que molestarse, son equipos nada
más. La vida no se va en esas pequeñeces.
Ninguno
de nosotros lo contradijo ni trató de explicarle (dudo que hubiera entendido de
todas maneras) por si es que tenía la buena ocurrencia de darnos alguna moneda
o algo para comer.
No
nos dejó ninguna moneda, pero eligió al que veía en un estado más calamitoso
para darle un trabajillo en el cual pudiera ganarse unos pesos. Le pidió al
negro (que se encontraba probablemente un poco más sucio, un poco más frío, un
poco más mojado y un poco más sangrante que el Canoso y yo) que le ayudara a mover unas cajas de su sótano a
cambio de una sopa caliente y un billete cuya tonalidad probablemente no
pasaría del rojo. Ante esta innegable oferta, el negro aceptó sonriendo
estúpidamente con su boca rota y se fue escuchando la historia del dentista
acerca de la nueva casa que compraría con el dinero ganado por haber extirpado
una mugre exitosamente de la boca de un paciente.
Se
oyó entonces como la catedral daba las ocho. Ante esto el anciano me miró y
dijo:
-
Con tu permiso, me temo que tengo que ir a
hacer clases a la universidad - dijo el Canoso- Mis alumnos ya querrán aprender
algo de Sartre, que, como bien sabes es mi especialidad.
-
Sí, recuerdo tu tesis doctoral –dije
suspirando. Ya me había narrado mil una veces su investigación sobre la noción
de ser en el pensamiento del filósofo francés.
-
Veamos
si con el sueldo de este mes me alcanza para regalarle a mi hija esos suflés
que tanto quería – prosiguió el Cabeza
Blanca -No todos tenemos la suerte de ese metafísico brasileño al que invitaron
a trasladar cajas, nosotros tenemos que ganarnos el pan, las manzanas – se limpió un poco la cara por la que aun
escurría jugo- o las naranjas de alguna
manera.
-
Lamentablemente – respondí.
Nos
despedimos cordialmente y el filósofo partió a dar su cátedra.
Por
mi parte, no había sacado nada de este asunto. Me resigné, hambreado (pues
había perdido mi naranja) y saqué de mi carrito una frazada, un cuaderno y un
lápiz.
Me
senté entonces acurrucado al lado del basurero de lata y terminé mi cuento.
Domingo Valdés
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