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Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará. Digo
esto, porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y
salir de ella. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por
tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu
provecho –le dijo el arcipreste.
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- Señor, yo determiné arrimarme a los buenos.
Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo de eso y aun por más de
tres veces me han certificado que, antes que conmigo casase, había parido tres
veces, hablando con reverencia de Vuestra Merced, porque está ella delante –
replicó Lázaro.
Entonces
su mujer echó juramentos sobre sí, que Lázaro pensó que la casa se hundiría con
ellos. Y después tornóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien con Lázaro
la hubiere casado, en tal manera que él hubiese querido ser muerto antes de que
se le hubiera escapado aquella palabra de la boca…
-¡Mentira!
aquella perra amancebada se merecía todo oprobio…
…Mas el Lázarod e un cabo y su señor de otro, tanto le
dijeron y otorgaron que…
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-¿Y
con qué autoridad hablaba el corrompido arcipreste de Sant Salvador? –
interrumpió burlonamente.
… que cesó su llanto, con un
juramento que nunca más en su vida el Lázaro le mentalle nada de aquello…
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¡Nada!
¡Nada he elegido! –me replicó el Lázaro- ¡Esa no es mi vida!
…y
que él holgaba y había por bien que ella entrase y saliese…-traté de continuar
una vez más, antes de que el Lazarillo arremetiera de nuevo contra mí.
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¡Nadie
puede predisponer mi vida! ¡Ni tú, ni nadie!
Traté
de encausar su vida nuevamente en el papel con mi pluma, pero se resistía.
“¡Nadie!”
Gritaba como enloquecido.
Hasta
que de pronto cambió su actitud. Me miraba llorando, como suplicante. Mostrábame
asimismo su boca de dientes maltrechos. Seguían rotos, a pesar de que hubieran
pasado años de que mandara a que el ciego se los rompiera.
- Déjame
vivir, déjame ser amo de mi destino. Que mi vida sea mía –sus lágrimas
comenzaban a mojar el papel.
Esperó
un momento para sollozar y luego continuó hablándome.
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- Te
pido… Te suplico… Déjame ser mi narrador.
Ante
tan triste escena no pude si no conmoverme y alcanzarle con la mano la pluma y
el tintero.
-¡Gracias! ¡Gracias! –dije sonriendo a
mi autor, mas no sabía él lo que le escondía yo.
Entonces, riendo desaforadamente, volqué
de una patada el tintero sobre todo lo que había hacia atrás. Con ello no sólo
había eliminado mi pasado, ni matado a mi creador: tenía ahora un nuevo futuro.
“Pues sepa vuestra merced, ante todas
las cosas - comencé a escibir mirando el inmóvil cuerpo del que había sido mi
amo- que a mí me llaman Lázaro de
Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de
Salamanca. Mi nascimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el
sobrenombre; y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de
proveer una molienda de una azeña que está en la ribera de aquel río, en el
cual fue molinero más de quince años…
¡Se siente bien ser libre!
Reí a carcajada limpia una vez más.
Acerqué entonces mi cara a la de mi
antiguo narrador, que ahora yacía ahogado por su propia tinta, y le dije
socarronamente “De lo que aquí en
adelante suscediere, avisaré a Vuestra Merce”
Reí más fuerte aún. Estaba desquiciado de alegría.
“y estando mi madre una noche en la
azeña, preñada de mi…”
Domingo Valdés
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