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Tractado Octavo y Primero del Lazarillo de Tormes



-     -   Lázaro de Tormes, quien ha de mirar  a dichos de malas lenguas nunca medrará. Digo esto, porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir de ella. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho –le dijo el arcipreste.
-        - Señor, yo determiné arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo de eso y aun por más de tres veces me han certificado que, antes que conmigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia de Vuestra Merced, porque está ella delante – replicó Lázaro.
Entonces su mujer echó juramentos sobre sí, que Lázaro pensó que la casa se hundiría con ellos. Y después tornóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien con Lázaro la hubiere casado, en tal manera que él hubiese querido ser muerto antes de que se le hubiera escapado aquella palabra de la boca…
 Mentira! aquella perra amancebada se merecía todo oprobio…
          …Mas el Lázarod e un cabo y su señor de otro, tanto le dijeron y otorgaron que…
-        -¿Y con qué autoridad hablaba el corrompido arcipreste de Sant Salvador? – interrumpió burlonamente.
… que cesó su llanto, con un juramento que nunca más en su vida el Lázaro le mentalle  nada de aquello…
-     -   ¡Nada! ¡Nada he elegido! –me replicó el Lázaro- ¡Esa no es mi vida!
…y que él holgaba y había por bien que ella entrase y saliese…-traté de continuar una vez más, antes de que el Lazarillo arremetiera de nuevo contra mí.
-       -  ¡Nadie puede predisponer mi vida! ¡Ni tú, ni nadie!
Traté de encausar su vida nuevamente en el papel con mi pluma, pero se resistía.
 ¡Nadie!” Gritaba como enloquecido.
Hasta que de pronto cambió su actitud. Me miraba llorando, como suplicante. Mostrábame asimismo su boca de dientes maltrechos. Seguían rotos, a pesar de que hubieran pasado años de que mandara a que el ciego se los rompiera.
- Déjame vivir, déjame ser amo de mi destino. Que mi vida sea mía –sus lágrimas comenzaban a mojar el papel.
Esperó un momento para sollozar y luego continuó hablándome.
-        - Te pido… Te suplico… Déjame ser mi narrador.
Ante tan triste escena no pude si no conmoverme y alcanzarle con la mano la pluma y el tintero.
-¡Gracias! ¡Gracias! –dije sonriendo a mi autor, mas no sabía él lo que le escondía yo.
          Entonces, riendo desaforadamente, volqué de una patada el tintero sobre todo lo que había hacia atrás. Con ello no sólo había eliminado mi pasado, ni matado a mi creador: tenía ahora un nuevo futuro.
          “Pues sepa vuestra merced, ante todas las cosas - comencé a escibir mirando el inmóvil cuerpo del que había sido mi amo-  que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nascimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una azeña que está en la ribera de aquel río, en el cual fue molinero más de quince años…
          ¡Se siente bien ser libre!
          Reí a carcajada limpia una vez más.
          Acerqué entonces mi cara a la de mi antiguo narrador, que ahora yacía  ahogado por su propia tinta, y le dije socarronamente  “De lo que aquí en adelante suscediere, avisaré a Vuestra Merce”
          Reí más fuerte aún.  Estaba desquiciado de alegría.
          “y estando mi madre una noche en la azeña, preñada de mi…”

Domingo Valdés

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